El texto que paso a continuación lo he visto por Facebook y realmente me ha gustado...He creído que era interesante compartirlo en el blog...
Va dedicado a todos esos sanitarios que muchas veces ven que con un solo gesto logran más que con mil técnicas o medicamentos...También se lo dedico a esos pacientes que logran avanzar hacia su salud para finalmente encontrarse mejor consigo mismos...
Había un médico que atendía
una consulta de psicología en un hospital. Sus pacientes eran adolescentes.
Cierto día le trajeron un joven de 14 años que vivía internado en un orfanato y
desde hacía un año no pronunciaba ni una palabra.
El padre del joven había
muerto cuando él era muy pequeño, desde entonces había vivido con su madre y su
abuelo hasta hacía un año. Al cumplir los 13 años murió su abuelo y, tres meses
después, su madre.
Cuando el joven llegó al
consultorio se sentó mirando las paredes, sin pronunciar palabra. Estaba pálido
y nervioso, y el médico no conseguía hacerlo hablar. Así que comprendió que el
dolor del muchacho era tan grande que le impedía expresarse, y él, por más que
le dijera, tampoco serviría de mucho.
El médico optó por sentarse
y observarlo en silencio, acompañándolo en su dolor. Después de la segunda
consulta, cuando el muchacho se marchaba, el doctor le puso una mano en el
hombro y le dijo: “Duele, ¿verdad?… ven la semana próxima si gustas”. El
muchacho lo miró, no se había sobresaltado ni nada, sólo lo miró y se fue.
Cuando volvió a la semana
siguiente, el doctor lo esperaba con un juego de ajedrez. Así pasaron varios
meses, sin hablar, pero él notaba que Daniel (así se llamaba el joven) ya no
parecía nervioso y su palidez había desaparecido.
Un día, el doctor miraba la
cabeza del muchacho mientras él estudiaba agachado en el tablero, y pensaba en
lo poco que sabemos sobre el misterio del proceso de curación. De pronto, Daniel
alzó la vista, lo miró y le dijo: “Le toca”…
Ese día Daniel empezó a
hablar, hizo amigos en la escuela, ingresó a un equipo de ciclismo y comenzó
una nueva vida: ¡su vida!
Es posiblemente que el
médico, con su afecto y actitud paciente, ayudara a Daniel, pero también
aprendió mucho de él.
Aprendió que el tiempo hace posible lo que nos parece
dolorosamente insuperable.
Aprendió a estar presente cuando alguien lo
necesita.
Aprendió a comunicarse sin palabras, pues muchas veces sólo basta un
abrazo, un hombro donde llorar, una caricia y, sobre todo, un corazón que escuche.
David Carrascosa Fernández
Fisioterapeuta - Osteópata C.O.
Linares - Jaén
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